martes, 18 de abril de 2017

Pasajes de la vida de José Felipe

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Pasajes de la vida de José Felipe

Jairo Trujillo M.

José Felipe cuenta sus historias. Las iré dando a conocer con cierta regularidad. El propósito es reunirlas todas en un solo volumen.

Mucha gente ha vivido experiencias similares y se pierden en el olvido. Trataré de recoger algunas de ellas en estas narraciones para que se recuerden de alguna manera.

No tienen un orden cronológico, pues la vida no es una sucesión de hechos ordenados y planificados. Y menos la de José Felipe.

He aquí la primera de ellas.

Abril de 2017

 *  *  *

Bruñó los recios nubarrones pardos

José Felipe

Asomó de pronto la cabecita. Amagué a echarle mano, pero rápidamente se ocultó. De rodillas en el suelo, sobre un costal cubierto por una sábana, mi esposa pujaba.

−¡Pujá más, pujá otra vez! –le dije, arrodillándome para estar listo.

Pasaron momentos eternos y nada más ocurría. Volvía y me rociaba las manos de alcohol, como si en esta forma se apresuraran los acontecimientos.

Entre los intervalos de los quejidos y las pujadas, dos cabecitas salían de en medio de las cobijas a observar el acontecimiento. Y cuando volvían los pujidos, se tapaban rápidamente con la cobija. Eran mis dos pequeños que estaban en su cama y que se habían despertado hacía poco.

La única habitación de aquel tambo estaba tenuemente iluminada por un mechón de petróleo. A veces parecía apagarse por el viento que entraba por las rendijas de la madera. Las sombras de nuestras siluetas bailaban en la pared. Enrique, mi ayudante, sostenía el alcohol, las tijeras y el hilo. Miraba para otro lado con rubor. El suelo de palma de chonta era irregular y a veces crujía cuando se pisaba. Como todas las casas de la región, la vivienda se había construido alta del suelo, sostenida en estacas o zancos, para evitar la humedad. Como los palafitos de épocas remotas y de los lugares lacustres o a orillas del mar. A la casa se accedía por un tronco con muescas, a manera de escalera. El techo era de paja, de hojas de palma, muy abundante en la región.

Tambo similar al que habitábamos en aquella región

Afuera había un corredor, un espacio vacío a manera de sala y en una esquina estaba la cocina. Como todo mundo, cocinábamos con leña. En ninguna parte había luz eléctrica. Sólo llegó hace unos meses a algunas partes. Éste era uno de los mejores tambos de la región. Construido por mi amigo Jorge, aserrador él y proveniente de la zona cafetera, había hecho el cuarto, la cocina y las camas con tablas. Pero el resto de la gente hacía las paredes como el piso, con trozos de palma de chonta. Otros tambos no tenían cuarto sino sólo cocina y el resto de la casa era un espacio abierto, sin paredes. La gente dormía en el suelo, tendiendo costales de cabuya como cama y en muchas ocasiones cobijándose también con dichos costales.

En la cocina humeaba un chocolate que nadie se atrevía a tomar. Enrique alternaba entre el cuarto y la cocina, en donde también estaba Pastor. Trapito, como le decíamos a Leo, y su compañero habían salido hacía un rato a buscar a doña Rosa, la esposa de Carlos Flórez, quien fungía como partera en la región. Vivía a casi una hora de camino, subiendo una cuesta y bajando otra, en medio de un montecito y un cañaduzal. Eran nuestros vecinos más cercanos.

Llovía y llovía. Como todos los días del año. También tronaba y relampagueaba. También como todos los días.

Durante el día habíamos estado reunidos, conversando de todo lo humano y lo divino. Trapito y su compañero habían llegado de dos sitios distintos: el uno venía de Amparradó y el otro de Mandé, ambos más o menos a un día de camino. Caminos fangosos, que nunca se secaban, cubiertos por la selva. Enrique venía de Pabón, cerca del casco urbano de Urrao, antiguo bastión del capitán Franco, y Pastor venía de San Mateo, en el vecino municipio de Betulia.

Corría el año de 1979. Vivía con mi mujer y mis hijos en las selvas de Urrao, un municipio que a la sazón tenía más de 3.500 kilómetros cuadrados, casi todos selváticos. Su territorio llegaba hasta el río Atrato. Vigía del Fuerte era uno de sus corregimientos. Hoy es un municipio aparte.

Urrao y los meandros del río Penderisco

A la izquierda, el río Penderisco.
A la derecha, el río Pabón, junto a su desembocadura en el primero

Para llegar de Medellín a mi casa tomábamos un bus hasta Urrao, por una carretera que no estaba pavimentada desde Bolombolo, pasando por Concordia y Betulia. El viaje duraba muchas horas, si no había inconvenientes, como algún derrumbe o un accidente. Obligatoriamente había que dormir en el pueblo, porque el bus escalera o chiva salía muy temprano en la mañana para el río abajo, como se le decía a la carretera que iba de Urrao hasta El Sireno, Penderisco abajo. Allí empezaba esa selva inmensa y profunda que se extendía hasta más allá del Atrato. A veces teníamos que dormir en la casa de unos campesinos para emprender el camino hasta un punto que llamaban La Quiebra. El camino bordeaba el río Penderisco. Buena parte del trayecto era selvático, de esa selva húmeda tropical, de muy alta pluviosidad. De las más lluviosas del mundo. Además, prácticamente no había piedras. El paso de las bestias y de otros animales, como los cerdos y algún ganado, producían hondos huecos llenos de fango. Esto hacía que los caminos fueran terribles para transitar, pues sólo quedaban las raíces de los árboles como sitios seguros para los que íbamos a pie. Si uno se resbalaba, existía el peligro de quedar la bota enterrada en el barro.

Vereda El Sireno, Urrao, hasta donde llega la carretera.
Desde allí en adelante, bordeando el Penderisco, hay que caminar o montarse en un caballo

Al llegar a La Quiebra, ya alejada del río Murrí, que por esos lugares separa a Urrao de Frontino, había que dar la vuelta por una cuchilla en dirección a Calles, perteneciente a Frontino. Y antes de llegar al río se desviaba uno por un caminito estrecho y enterrado en un canalón, hacia la izquierda. Cuando llegaba a un morrito, yo pegaba un grito que se oía en todos los cerros y cañadas:

−¡Biiiiuuuujoooooooooo!

Y así le anunciaba a mi compañera y a mis hijitos que ya iba en camino. Mi grito rompía el silencio de la montaña y el eco iba retumbando y retumbando en la distancia, hasta que se apagaba. Allá abajo estaba el rancho en un pequeño potrero, rodeado de monte virgen. Allí llegaban a pocos metros los monos titís a mostrar sus gracias y sus morisquetas.

Desde aquel morrito se veía la selva casi hasta el final del Atrato, en un mar verde de muchos colores y bellas ondulaciones y serranías que semejaban las olas del mar.

Aquella inmensa selva tropical, una de las más lluviosas del mundo, estaba habitada por menos de tres mil almas.

El único cultivo cercano a la casa era una platanera metida entre el monte, que producía primitivo (conocido también como murrapo, bocado de reina, píldoro, bocadillo y otros nombres), banano y plátanos de diversas variedades. El primitivo era la base de la alimentación, junto con el maíz que lo cultivábamos lejos de la casa. Con este platanito verde se hacían arepas y sopas. También se comía maduro, de un sabor exquisito.

Río Nendó, cerca de la platanera adonde fui a cortar los racimos de plátano

En una ocasión salí a traer plátanos en un canasto que colgaba, a la manera indígena, con cargaderas como las de los morrales y una cincha en la cabeza. Cuando salí de la platanera y como no conocía bien el camino, y con el peso de muchos kilos, pisé en falso y la bota se me hundió en el lodazal. Traté de sacarla, apoyándome con la otra pierna, pero el peso me hundió la otra pierna. Impotente, me puse a llorar y a gritar, pero en medio de aquella selva nadie me oyó. Al cabo de mucho rato, pude descargar mi canasto lleno de plátanos y con fuerzas salidas de no sé dónde, poco a poco pude extraer una pierna ayudándome con un bejuco que colgaba. Luego saqué la otra bota. Extenuado, como pude, jalé el canasto hacia la orilla y volví a cargármelo. Cuando llegué a la casa ya empezaba a anochecer.

Mis dos hijos jugaban descalzos debajo del tambo en medio del fango producido por los marranos que se revolcaban felices. Tenían barro hasta la coronilla. La niña se cayó en un pozo de barro. Fatigado como estaba, como pude corrí a sacarla y a bañarla en el chorro del agua.

Había llegado con mi familia desde las escarpadas montañas de Altamira, concretamente desde la vereda La Choclina, jurisdicción de Anzá. Por consiguiente, físicamente hablando, estaba preparado para las caminatas de días y días, por llanuras y montañas, pero no para los constantes aguaceros y pantaneros eternos. La zona de Altamira, cuyas aguas vierten al río Cauca, es una zona muy seca.

−Son los caminos más tremendos del mundo que he conocido –me decía Venganza, un antiguo guerrillero liberal, que en sus tiempos atravesaba estas tierras hasta más allá del Nudo del Paramillo, donde los seguidores del Capitán Franco de Urrao se encontraban con Julio Guerra, otro viejo guerrillero liberal.

Ese día era junio de 1979. Dos de mis amigos habían llegado de la “civilización” a “la barbarie”, como la describía el campesino que vivía justo al empezar el camino hacia la selva, cerca de la carretera. Quedaron impactados con aquella inmensidad verde y tan escasamente poblada. Los otros dos vivían a un día de camino de mi casa, en direcciones diferentes.

La economía de la región era fundamentalmente autárquica, de autoconsumo, con excepción de algunos cerdos que salían mensualmente para la feria de ganados.

Con mis amigos hablábamos animadamente de muchas cosas.

Pero estaba por nacer mi último hijo y tenía la responsabilidad de ayudarlo a traer al mundo.

Mi esposa había pasado el embarazo relativamente bien. Se había adaptado en buena medida a las duras condiciones de la zona, debido a su temple y entereza y a la vida que había vivido desde siempre. Mis niños, de menos de tres la hija y con casi seis años el mayor, vivían como los niños de los campesinos. Yo sembraba maíz y yuca. Además, cortaba caña para la panela del gasto. Con los vecinos, hacíamos mingas o convites para que el trabajo fuera más colectivo y productivo.

Aunque nuestros amigos de la cabecera municipal insistentemente nos ofrecieron su casa para que mi esposa pasara el parto al pie del hospital, ella se negó y prefirió quedarse con nosotros allá en el río abajo, como decíamos todos. A muchos kilómetros de la carretera, bordeando el Penderisco que toma después el nombre de Murrí.

Sabiendo lo que me esperaba, busqué en Medellín a mi amigo el negro Polo, curtido y experto en tantas cosas de la vida. Le conté que me iba a tocar de partero. Con la tranquilidad y serenidad de la experiencia, me dio todas las indicaciones del caso y me fui muy tranquilo.

Durante el día empezaron las contracciones y empecé a medir el tiempo… Con las horas, el lapso entre una y otra se fue acortando. Nosotros continuábamos en la conversación. Al llegar la noche y arreciar el aguacero que caía desde la tarde, Trapito y su compañero partieron tapados con pedazos de plástico por la mujer de Carlos Flórez. Era la partera. Ella había estado de visita y la “fórmula” que aconsejó fue la de tomar aguardiente del que ellos fabricaban en un alambique casero. El que por allá llaman tapetusa.

Preparé las tijeras, el hilo y el alcohol y pedí un voluntario que me ayudara. Todos se miraron y después de un suspenso Enrique, sin decir nada, estiró sus manos y tomó el alcohol y empapó mis manos y brazos.

Junto con Enrique entré al cuarto donde dormían mi hija y mi hijo mayor.

En aquella región era muy común que las mujeres, a la manera indígena, en aquel momento se alejaran del rancho hasta el monte y solas se atendieran el parto. En ocasiones morían y también se presentaba el aborto contagioso o brucelosis.

Yo no pensaba en nada de eso. Sentí confianza en mi mujer y en mí, me sentí acompañado de mis huéspedes y sabía que en cualquier momento aparecería doña Rosa, experta en esas lides.

Al mostrar mi niño la cabecita y ocultarla, comprendí que allí el partero iba a ser yo y no doña Rosa. Respiré profundo. Esperé con ansias y grité “¡ay mi muchacho!”, entre alegre y ansioso.

Cuando le pedí que pujara una vez más, y ella lo hizo con fuerza y en un solo envión, se vino rápido y calientico mi hijo del alma. Con toda delicadeza lo aparé en mis manos. Lo levanté de las piernitas, le di la palmadita en la nalga que mandan y lanzó el llanto de vida. Suavemente lo descargué en la sábana limpia. Amarré el cordón umbilical con el hilo desinfectado. Enrique me entregó las tijeras por el lado de sus ojos y no por la punta. Corté con decisión aquel cordón. Limpié bien al niño y luego lo empecé a vestir.

En esas, doña Rosa entró agitada y con maestría terminó de vestirlo, recogió la placenta y mandó enterrarla. Fue a la cocina, trajo chocolate y entraron todos a conocer al nuevo bebé.
La alegría y el placer por el deber cumplido se veía en nuestros rostros.

Había sido el partero de mi tercer hijo.


Meses antes y meses después del nacimiento de mi hijo, me dediqué junto con mis amigos a discutir y estudiar elementos de la realidad nacional y mundial. Leí muchos libros colombianos y extranjeros. Medité mucho sobre el significado de aquellas lejanas y atrasadas zonas selváticas, tan inmensas en nuestro país. Y al mismo tiempo tan poco decisivas en el destino de nuestra patria. Abandonadas de dios y de los hombres, con muy poca población, con un desarrollo económico, social y cultural que raya con la autarquía primitiva en un país de ciudades. Son excelentes para perderse en ellas y para que no lo encuentren a uno. También son lugares donde uno no podrá encontrarse con el resto del mundo.

Nacía, así, en mí y en mis amigos, la convicción de que las zonas atrasadas y despobladas no decidían el destino de nuestro país.

Poco tiempo después, una procesión como la de los desplazados, marchaba río arriba. A pie unos, y en un caballo la recién parida con el bebé; en otra bestia, los corotos que nos acompañaban. Rumbo a la gran urbe nuevamente.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Realizado el XXXI Encuentro Internacional de Editores Independientes en México



Momento en que Jairo Trujillo M. presenta su ponencia
sobre "Medios electrónicos y tecnología"

Del 20 al 22 de noviembre, en la ciudad de Puebla, México, se realizó el XXXI Encuentro Internacional de Editores Independientes. 

Asistieron representantes de varias ciudades de ese país y de España, Venezuela y Colombia. 


El encuentro transcurrió en una atmósfera de respeto e interés por el conocimiento de las experiencias culturales de las partes. Se conocieron las vivencias de escritores y editores de otros países, al igual que ellos se informaron de las actividades culturales de los colombianos de Antioquia.


En las noches se realizaban actividades culturales, recitales poéticos, presentaciones musicales y teatrales.



Jairo Trujillo junto al grupo musical de Unaula y la poeta Natalia Jaramillo

viernes, 21 de marzo de 2014

Lanzamiento de nuevo libro de Georges René Weinstein V.



Veredicto

El tiempo está formado
de abandonos y recuerdos
que sirven de medida
y evidencia de los actos.

Son ellos para el hombre:
el presente, un solo instante, 
la vida, evocaciones,
remembranzas y pasado. 

Es la historia
la morada de los nombres, 
uniendo los momentos,
las realidades y existencias.

Mejor, que las cenizas
se oculten en el tiempo
y ningún lugar las reconozca.

Que sean los escritos
el juez de la existencia,
y se atrevan los lectores 
a firmar el veredicto.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Exposición de gran valor en Sabaneta

El pasado viernes se inauguró una hermosa exposición en la Casa de la Cultura de Sabaneta.

Nueva tertulia de "Plumas y voces"

El martes 18 de febrero, en el café de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín se realizó una nueva tertulia poética de Plumas y voces.

En esta ocasión, los invitados fueron Olma Gladys Agudelo Lopera y Álvaro Múnera Tapias.

La tertulia fue amena y muy participativa, pues todos los asistentes dieron sus opiniones e incluso un joven recién salido de bachillerato leyó uno de sus poemas.

He aquí una muestra de algunos de los trabajos de estos dos poetas:


Olma Gladys Agudelo Lopera



Valdivia (Antioquia). Periodista de la Universidad de Antioquia y docente. Participó durante seis años en el taller de escritores dirigido por Mario Escobar Velásquez y actualmente asiste a los Talleres de Poesía y Narrativa de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Publicó ensayo, reportaje y crónica  en "Palabra y Obra", sección literaria y cultural, del periódico El Mundo de Medellín. Algunos de sus poemas han  aparecido en revistas de la ciudad y obtuvo el primer puesto en el concurso de poesía convocado por Empresas Públicas de Medellín en 1991.

Libro presentado en el 2013, durante la Fiesta del Libro, Jardín Botánico de Medellín:


He aquí algunos de sus poemas:

Herencia

Al fondo las palabras legadas
tus sonidos pronunciados con cadencia
como llamas en una gran hoguera
consumiendo el hastío.
Las calles en perspectiva fluyendo hacia nuestros talones  intermitentes
acercándose
mientras corremos bendecidos.

Poderte  ver
entre los muertos que aún caminan
singular,
liberado.
Entonces, se me hace obligatorio convertirme en pozo
arrancar el tapón de mis oídos para vivir tu historia
dejar que tu imaginación me gane
y saltar de conejo a serpiente emplumada.

Mejor aún es observar tus labios, tu lengua,
tus dientes y tus manos
emanación incesante
sabiduría que inhalo
índice señalador de itinerarios
bebedor de preguntas,
respirar la avidez de tu aliento
hacerme ojos, aprender

Lo mejor son los rombos naranjados en hilera
y tu tabaco
cocuyo en la penumbra de mis horas
como semáforo siempre en verde
mientras seguimos uno detrás del otro
haciendo quites al absurdo compás moralizante.

Tú, ojeando poesía
después de las jornadas de trabajo
enseñándome significados,
ensayando melodías en la dulzaina de tu silbo
exhalación de canto
tu identidad constante,
rodeándome.

Te unjo
el lienzo te queda pequeño
ni la jaula ni el árbol te son dignos
estas notas danzarían mejor hacia tu pecho vivo.


Lago

Capa rota
nudos disueltos
casi invisibles
desnudos peces bailan bajo la sábana de agua limpia
salpicada.

La piedra forma ondas redondas que se marchan
una tortuga sale y se asolea
fresca, despreocupada
sobre una superficie mohosa.

Las libélulas van sobre los lotos
y los pájaros pluma sostienen el aire.
Miles de insectos forman
sutiles líneas al pasar sobre el espejo
transparentando vuelos.

Sombras de árboles descansan en las flores abiertas
inventan música, pintan óleos
armonías  sin partitura
obras sin técnica.


Penélope

El deseo me consume en insomnios flotantes
y la intermitencia de tus manos en el recuerdo
me deja sin razón ante la espera

¿Acaso fuiste un espejismo?

Me agosto con los ojos fijos en el buzón
y me sorprendo en abismos donde tu palabra
llega salvadora
o aniquilante
poniendo límite a esta ansiedad enferma.

Hilvano con  letras arrancadas a la desazón
un discurso de bienvenida para cuando aparezcas,
festivo, sin quejumbres, sólo júbilo.

¿Te han atrapado en sus voces las sirenas
Tienes miedo a  próximas tormentas
Acaso, yaces prisionero de besos dormitantes?

Trenzo mis cabellos en infinitas líneas
que ofrezco al oleaje para que te retorne,
para que te traiga envuelto en sus corrientes.

Te bosquejo un camino de vuelta
tiendo mi mano
con el índice señalo los atajos posibles
y hasta los imposibles
ensayo las mil rutas,
tejo
y te lanzo las redes.

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Álvaro Múnera Tapias

Bello, 10 de septiembre de 1964. Poeta, conductor de servicio público en el municipio de bello, donde reside. Bachiller del Liceo Corporativo Andrés bello.

Obra publicada: Veredicto. Inédita Ocaso.

Poesía publicada en revistas, suplementos literarios y en la Web, revista Suenan Timbres, Bogotá; revista La Ciudad, Cali; Gotas de Tinta, Medellín.

Lectura de poemas en el auditorio de bellas Artes, Cali; Teatro Vive, Palmira; Gotas de Tinta, segunda tertulia, 2011.

Libro presentado en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, en el Auditorio de la Torre de la Memoria, el  miércoles 7 de noviembre de 2012:



Veamos algunos de sus poemas:

San Ángel “Café-Bar”

Cavernas de oscuridad,
retumba el sonido, de una música trémula
humo, polvo blanco,
se pierden entre las narices ebrias de los proxenetas,
que ofrecen muñecas hechas de silicona,
con su entrepierna corroída por el moho de la promiscuidad ,
por caricias mustias, sin pasión extrema.
bohemia, lujuria
besos de unos,
besos de otros,
besos lésbicos de lenguas humedecidas,
recorren dos cuerpos que entre tinieblas,
descubren en su libido  lo oculto y lo prohibido,
frente a la mirada acusante de los juzgadores de conciencias,
que ante estas “escenas obscenas”
con una mano se persignan,
y con la otra se toman,
una copa de vino.


En  la  pared

Silenciosa la rutina
entra  a  nuestra alcoba.
ha sacado del  closet
los sentimientos de piedra,
las cortinas de humo,
los  conflictos del alma.

Cronologías del por qué.

Como un cuadro viejo
nuestra pasión
ha perpetuado,
colgada en la pared.

(De: Veredicto)


Taciturno


Golpeas la puerta,
del amanecer insomne;
tras de ti el vaho furtivo
de aquellas calles,
de aquellas noches…
evocando sentimientos perdidos,
en  mi  silencio espino.

Vestigios en tu piel,
del cabaré nocturno:
máculas, y falsías,
esencias mustias,
de tu idilio… taciturno.


Superstición 

I

Halando sus  temores,
en la oscuridad de la noche,
divaga mi destino;
al toparse con los ojos color misterio,
y con el pelambre negro del gato que,
lastimoso maúlla…
sobre el tejado.


II

Piso once,
piso doce,
piso trece,
de un edificio en construcción:
cae un ladrillo, y tras él;
el destino de un obrero,
que yace muerto
sobre el andén.

(De: Ocaso - libro inédito)

lunes, 24 de febrero de 2014

Alberto Botero: poeta, escultor, médico y amigo

Lea la revista Gotas de tinta en www.revista.gotasdetinta.org.


*  *  *


El pasado 19 de febrero, el médico, poeta, músico y escultor Alberto E. Botero Londoño lanzó su libro de poemas Cuánticas. El evento tuvo lugar en el Aula Múltiple del Edificio San Ignacio (Paraninfo) en la ciudad de Medellín, sitio emblemático que nos trae muchos recuerdos.

En una amena velada musical y poética, nos encontramos viejos compañeros de sueños. Disfrutamos las palabras del presentador Guillermo Henao y los poemas y canciones de Alberto. 




Allí estuvo presente su madre de 96 años, a quien le dedicó su primera canción. También su nieta Luciana que lo desvela y anima a seguir viviendo. Y estábamos sus amigos de décadas.

Felicitaciones a este viejo y querido amigo.

 Madrecita



Para decirte que te amo, tengo aquí esta canción
que te traigo con cariño y con toda devoción
para decirte que eres bella, yo te vengo aquí a traer
estas rosas que he cortado del jardín de la vejez.

Para decirte que te amo, yo he venido aquí a traer
cosas bellas, bellas flores, bellas palabras del amor
para decirte, para expresarte
que tú eres en mi vida todo el amor.

Para decirte que te quiero, yo he venido aquí a cantar,
a traerte en esta estrofa una esencia de humildad,
para decirte que te amo, he venido yo a cantar,
a traerte estas dos rosas que son fuente del amor
para decírtelo, para contarte que a esta hora
estoy pensando en ti.

Y tú sabes muñequita que he venido aquí a cantar,
a traerte mi alegría con todo el corazón,
para decirte que te amo, no hay sino una rosa más,
otra flor en el camino a un aliento más allá
para decírtelo, para decírtelo, para decírtelo
madre mía, aquí estoy yo.

Para decirte madrecita que tú me has dado la vida,
que tus ojos y tus brazos me señalan el camino
para decírtelo, para decírtelo
que tu sangre está en mi sangre
y tu carne en mi corazón...
para decírtelo, para decírtelo, para decírtelo
madre, aquí estoy yo.

Para decírtelo, para decírtelo, para decírtelo
madre, aquí estoy yo
para decírtelo, para decírtelo, para decírtelo
madre, aquí estoy yo.


A Luciana


Tengo un momento para decirte que te quiero
tengo un momento para hablarte del amor
porque eres tú niña mía consentida
en cada idea y en toda hora del vivir.

Porque eres tú la que le da inmensa alegría a mi corazón,
porque sin ti la vida mía no tendría una razón,
una razón.

Una razón mi amor para quererte,
una razón Luciana de seguir,
de resolver cada problema de la vida
y develar los instantes de emoción.

Después de tantas décadas de luchas y caminos
llegaste a mí para darme un corazón,
porque la vida tiene mil razones
y formas de ser y de anidar.

Y eres tú la que ha llegado a darle luz a mi emoción,
a mi emoción.

Después de tantas décadas de luchas y caminos
llegaste a mí para darme un corazón,
porque la vida tiene mil razones
y formas de ser y de anidar.

Y eres tú la que ha llegado a darle luz a mi emoción, (2 veces)
a mi emoción.


A los Amigos


A los que te acompañan por las horas
y saben darte fe cuando casi rendido
te reprochas; a los que no te rechazan
ni despojan y están contigo en auges
y derrotas; a los que en un mar
donde naufragando te has sentido
dan consuelo en desengaños;
a los que comparten gozos y amarguras
y perdonan e indultan sin agravios;
a los que sin llegar a saberlo
te enseñaron cálidos momentos
de desahogo y devoción que has aprendido;
a los que te dan sus mágicos relatos
y sonrisas y apegos por la vida;
a los que son de clemencia y esperanza
y viven escondidos en lo grato;
a los que de cerca y de lejos te acompañan
y siguen en tu alma florecidos,
aunque algunos se hallan ido
con sus bullicios mudos;
a los que contigo compartieron los abrazos
que sin mediar palabras fueron entendidos;
a todos ellos que están entre lo hermoso
del prodigioso instante de tu vida...
Son tus amigos en las guitarras
rasgadas este día, en las guitarras
que pulsan sus goces aprendidos;
a los amigos que en los dedos
de tus manos se cuentan en la vida;
a los amigos, a los amigos.


*  *  *

He aquí una muestra de algunas de las canciones que trae el libro de Alberto E. Botero Londoño:

Voy a cantarle a la vida:




A Luciana:



A los amigos: